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Sobreviviendo en el fin del mundo

 

Dwayne Johnson durante el clímax de la película.

Mayo del año 2006. El festival de Cannes espera con ansias lo nuevo de Richard Kelly. Tras cinco años de parón (En 2005 firma el guión de Domino para Tony Scott), la crítica acecha su nueva cinta relamiéndose con su lengua bifida: ¿Estamos ante la confirmación de un nuevo idolo del Hollywood alternativo o estamos, por el contrario, ante su asesinato artistico? Con su anterior cinta, Kelly sorprendió al mundo con un siniestro experimento en clave de terror surrealista que ensanchaba el limbo de la crisis del capital tras los atentados del 11-S. El éxito cuajó de forma sorprendente en un mundo todavía demasiado ansioso para comenzar a comprender los nuevos traumas que lo empujaron de golpe al nuevo orden secular. La película sirvió para muchos como un vehículo que concretaba estas ansiedades, y quizás fuese esto lo que la engarzó con  un culto tan ferviente como instantáneo. Tras este bombazo, Universal Pictures le dio a Kelly unos 17 millones de dólares para su siguiente proyecto. 

El guión estaba escrito desde antes incluso de la producción de Donnie Darko, pero en un inicio el cineasta virginiano la concibe como una sencilla comedia negra de una escala mucho menor. Es a partir de los atentados de septiembre cuando Kelly la plantea de una forma completamente diferente. Estructura la película como un enorme y complejo laberinto de tramas y subtramas entrelazadas, plagadas de diálogos y personajes tan agudos e interesantes como extraños y esperpénticos, y decide vestir con sus personajes a un variopinto y extenso elenco de renombrados actores (en su mayoría secundarios). La tríada protagonista la conforman Dwayne Johnson, Sarah Michelle Gellar y Sean William-Scott, y un Justin Timberlake que interpreta al narrador de la película: un veterano de la guerra de Irak que nos pone al día con las peculiaridades de esta América alternativa. Volviendo al libreto, la primera versión del mismo es de tal escala que obliga a Kelly a desterrar una gran parte del texto a un proyecto paralelo en forma de cómics-precuela (en sociedad con el cineasta Kevin Smith), que desparraman todavía más la narrativa de este gargantuesco universo multimedia. En toda esta ristra de limitaciones y peculiaridades residen los mayores aciertos de la obra, que coinciden en argumentos con los motivos de tan terrible acogida.

El resultado de la proyección en Cannes va a ser una hecatombe crítica que arrastrará irremediablemente a Kelly a la “director's jail”, y a Southland Tales al fracaso total en su llegada a salas. Apenas superó los 374.000 dólares de recaudación. El fiasco en territorio galo fue de tal calibre que al término de la producción sufrió uno de los mayores abucheos que se recuerdan en el festival. Las reacciones fueron viscerales e incluso urticantes, el propio Roger Ebert reconoció en su crítica que “en efecto, más que un texto crítico era un texto despotricando”. Estas reacciones provocan que la distribuidora pida a Kelly “meter tijera” en la sala de montaje, tratando de encontrar un corte más amable con el espectador, resultando en una versión descafeinada para su estreno en salas en la que se recortan y se confunden aun mas unas tramas ya de por sí complejas. Sobre las diferencias entre el corte de Cannes y el de salas no merece la pena indagar ahora, más allá de que recomiendo encarecidamente el visionado del primero sobre el segundo. 

La acción de la película nos sitúa en Los Angeles, en el tiempo futuro del año 2008. El escenario es el de unos Estados Unidos paranoicos e hipervigilantes tras dos atentados nucleares en Texas al borde también de unas elecciones generales. La historia pivota sobre el personaje de Boxer Santaros (Dwayne Johnson), estrella del cine de acción en plena crisis de identidad provocada por un episodio de amnesia. Está casado con la hija de una influyente política. Sin embargo, tras una misteriosa desaparición y una todavía más misteriosa amnesia, inicia una relación con la ex estrella del cine para adultos Krysta Now (Sarah Michelle Gellar), quien se encuentra reinventándose como empresaria y presentadora de televisión. Entre ambos escriben un guión cinematográfico titulado “The Power” que resulta tratarse de una suerte de texto profético que anticipa una serie de catástrofes apocalípticas a punto de desatarse. Krysta además es un importante agente de una célula subversiva “Neo-Marxista”. El panorama político de esta América ficticia está completamente polarizado por la todopoderosa supremacía de un Partido Republicano que no encuentra rival en las dispersas filas de un Partido Demócrata que se esparce en multitud de células de este tipo. En paralelo, Sean William-Scott interpreta a unos hermanos gemelos: Roland y Ronald Taverner. El primero de ellos, policía, mientras que su hermano es uno de los miembros de los Neo-Marxistas.

La trama bebe intensamente de la prosa de Thomas Pynchon. No solo por su ambientación californiana y sus confusos y veloces diálogos, sino por la construcción de una narrativa confusa que se alza como radiografía de una realidad fuera de quicio como es la que nos domina desde hace ya mucho tiempo. La conexión con Pynchon es una referencia más que reconocida por el director. Recuerda especialmente a El Arcoiris de Gravedad (1973), por el batiburrillo de personajes, por el caos narrativo, los saltos temporales, y la excentricidad que baña cada rincón de la obra. Pero si hay algún elemento de la película que me interese especialmente abordar, y por supuesto también muy cercano al legado Pynchoniano, es su ubicación en un marco espacio-temporal completamente fuera de lugar. Un espacio disfórico, fuera de quicio.

He aquí donde este tipo de narrativas me parecen especialmente interesantes. Se situan en el abismo negro que se abre entre dos mundos completamente diferentes. Navegan esta grieta con la certeza de encontrarse en pleno apocalipsis, que si no definitivo, si destinado a cambiar por completo el paradigma universal. Pynchon funcionaba como explorador de los primeros metros de grieta, abiertos por los grandes sismos que sacuden los pilares del capital a lo largo del siglo XX: los diferentes conflictos bélicos y el endurecimiento de las políticas capitalistas e imperialistas, que supo leer antes del eje que supondrá la llegada al poder de Reagan y Thatcher. En su lugar, Kelly construye su relato en una grieta ensanchada por décadas de muerte cerebral de un sistema capitalista agonizante y senil, confundido y sin reaccion tras las consecuencias de sus propios excesos. Por momentos, el caos de su América ficticia recuerda demasiado a las realidades de nuestro tiempo. Magnates y barones tecnológicos que dominan la producción industrializada y megalómana de absolutamente todos los recursos del planeta, celebridades que se mezclan con el poder y poderosos que funcionan como celebridades, entre otras muchas cosas. 

Sin lugar a dudas creo que nuestro presente tiene varias deudas pendientes con esta cinta monumental, y con la carrera de Kelly. Personalmente, siento especial debilidad por las obras que se mueven en estas tierras de incerteza, pero concretamente Southland Tales sería, en un mundo justo, una de las obras cumbre de este siglo, reconocida como inabarcable radiografía de una realidad que se nos escapa de los dedos a un ritmo vertiginoso. Sin embargo, en un ejercicio también muy propio de este siglo, el grueso del discurso decidió rendirse ante algo que desconocía, prefiriendo negar sus muchísimas virtudes. Es una película completamente alienígena, exigente con el espectador, y de la que, probablemente, todavía no he podido desentrañar ni un 50% de su complejo discurso, y sin embargo no puedo evitar sentir que es una de las mejores que he tenido la suerte de ver en mi vida.

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